Morir por una causa justa es lo más humano que podemos hacer
Personalmente lo que más disfruto del cine y del arte es la invitación a soñar y a especular sobre realidades alternas o mundos desconocidos que reflejen características del nuestro. Es por esto que uno de mis géneros favoritos es la ciencia ficción, debido a que es una invitación a especular sobre la evolución de la humanidad y la tecnología en un futuro, mientras explora cuestiones filosóficas como la definición del ser humano, el destino y el final que nos espera.
Un subgénero de la ciencia ficción que ha tomado mayor relevancia en los últimos años es el cyberpunk, que se caracteriza por reflejar una realidad distópica donde existe un gran desarrollo tecnológico de la mano con una baja calidad de vida. Abordan temáticas relacionadas al cine negro donde principalmente se enfocan en el conflicto existencial entre humanos, máquinas e inteligencias artificiales. El ejemplo por excelencia de este género es la saga de Blade Runner, iniciando desde el libro de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” hasta la secuela de la película original “Blade Runner 2049”.Dirigida por Ridley Scott, la primera entrega de Blade Runner se estrenó en 1982 como adaptación al libro de Philip K. Dick que aborda la misma trama: un expolicía es contratado para encontrar y destruir a un grupo de androides que se escaparon con el fin de hacerse pasar por humanos para encontrar a su creador y asesinarlo por haberles dado una vida limitada y esclavizada. El conflicto yace en que esta generación de androides es demasiado parecida a los humanos, debido a que cuentan con la capacidad de sentir y experimentar la vida de una manera casi natural, por lo que a lo largo del desarrollo de la misión del expolicía Deckard, entra en un dilema moral donde comienza a preguntarse la verdad detrás de la humanidad y la identidad.
El origen de los androides se basa únicamente en el uso que el ser humano podría obtener de ellos: generación tras generación los científicos se enfocaron en convertir a los androides en seres más capaces con el fin de utilizarlos como esclavos. Los dotaron de una programación predeterminada que limitaba sus vidas a lo que decidiera su dueño, haciendo una directa referencia a las clases sociales y a la explotación de los menos afortunados. Es por esto que, una vez que los androides evolucionaron casi al nivel de los humanos buscaron su independencia.
En ambas películas (y en el libro con la idea original) encontramos una odisea de los protagonistas en búsqueda de su identidad. Por un lado, Deckard comienza siendo un personaje seguro de sí mismo y de los ideales por los que trabaja, sin embargo, con el paso del tiempo y después de conocer y convivir con distintos replicantes, se pregunta cuál es la verdadera diferencia entre los humanos y los androides: si bien se sabe que los replicantes son incapaces de empatizar, descubre que la respuesta va más allá. Lo que compone a un individuo y lo otorga de humanidad es su identidad; al existir como androide y seguir las indicaciones y órdenes dadas por un líder, carecen de esta identidad.
Por otro lado, en la secuela sabemos desde un inicio que K es un androide carente de identidad que únicamente existe para seguir las órdenes que se le dan, incluso aunque esto implique asesinar a los de su misma especie. En su caso, la odisea de 2 horas con 40 minutos implica el autodescubrimiento de su identidad: cómo poco a poco consigue diferenciar entre un individuo programado y aquel que es capaz de tomar sus propias decisiones y ser dueño de su destino.
La saga de Blade Runner propone una perspectiva filosófica y emotiva de qué es lo que nos convierte en humanos, a la vez que crea todo un universo futurista con una estética incomparable que convierte a estas películas en todo un viaje conceptual. Podemos apreciarlo desde el libro hasta la película de 1982, donde incluso con los efectos limitados de su época logran dotar a la cinta de una atmósfera extraña que se repite en la versión del 2017. Ambas son grandes películas que dejan una inolvidable sensación de nostalgia al terminar.
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