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Videodrome: el porno como un cáncer de la sociedad

La pantalla de televisión se ha convertido en la retina del ojo de la mente.

Lo que a simple vista podría parecer un filme un tanto desorganizado, grotesco, bizarro y hasta vulgar, oculta entre sus líneas un discurso que critica la normalización de la violencia en el entretenimiento para adultos. Dirigida por David Cronenberg y publicada en 1983, Videodrome es una película de ciencia ficción y terror que presenta la perspectiva distorsionada de Max Renn, el presidente de una estación de televisión enfocada en transmitir contenido que no puede encontrarse en ninguna otra parte.

Desde la visión fantástica de Renn, uno de los primeros detalles a identificar es que, incluso desde antes de conocer Videodrome, el protagonista es incapaz de percibir a las mujeres como algo más que un objeto sexualizado para el consumo, o por el otro lado, como una herramienta capaz de cumplir con alguna función para él. En este caso, elijo creer que fue una decisión premeditada para acentuar el punto de la trama y no un mensaje inconsciente por parte del director.

A lo largo de la película, Max es constantemente cuestionado por la moralidad detrás de las transmisiones en su canal. Como fue antes mencionado, la perspectiva de la realidad de Renn ya estaba distorsionada desde antes de que comenzara la historia, esto debido al ambiente en el que se desenvuelve su personaje. Sin embargo, por más que intente justificar su postura, será la misma razón de su declive físico y psicológico.

Uno de los principales cuestionamientos gira en torno a que la pornografía puede generar “un clima social de violencia y maldad sexual”, a lo que Max argumenta que, al contrario de lo que se le critica, su trabajo es un acto “socialmente positivo”, puesto que ayuda a que los pervertidos y desviados sexuales puedan consumir sus fantasías y frustraciones en la TV en lugar de poner en peligro a terceros en la vida real. Este será el desencadenante del desarrollo de su personaje a lo largo de la historia, puesto que descubrirá que, lo que consume un individuo afecta directamente en su individualidad y percepción.

Es entonces cuando la película se toma la libertad de deconstruir la realidad y exagerarla con el afán de probar un punto. Videodrome es una serie de transmisiones clandestinas de torturas y asesinatos que, supuestamente, al consumirlas tienen un efecto degenerativo en el espectador. A través de una serie de alucinaciones y fantasías violentas se pierde la línea que separa a Max de la televisión, todo como una metáfora de cómo los productos de consumo pueden terminar distorsionando la realidad y la moralidad del consumidor.

Es así como, tras una serie de acontecimientos narrativos y argumentales, se acentúa el problema existente en la transmisión y divulgación de productos que disuelven las diferencias entre la violencia y el sexo como si no existieran. Poco a poco, Max Renn va perdiendo el control de sí mismo y es capaz de observar cómo la violencia se apodera de su criterio. Sin embargo, si bien es fácil distraerse y concluir que el verdadero problema es la pornografía violenta y el snuff, la realidad es que todo comienza desde el momento en que se consume un producto que cosifica y sexualiza a las mujeres, despojándolas de su individualidad y su valor como personas. 

Max Renn nunca vivió en la realidad en la que vivimos todos. Su percepción fantasiosa y perversa evolucionó a tal punto que se materializó como un cáncer en su cuerpo y en su vida, habiendo comenzado desde el momento en el que verdaderamente creyó que era posible separar el consumo del consumidor. En una sociedad en la que histórica y sistemáticamente se ha oprimido y abusado de las mujeres, producir, divulgar y transmitir productos de entretenimiento que acentúan esta violencia no sólo envenena a quien lo consume, sino también a quien permite que se siga realizando.

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